El estacionamiento se convirtió en escenario de terror en cuestión de segundos. Entre autos, clientes y compras de última hora, un hombre fue sorprendido por la muerte sin previo aviso, mientras el caos se apoderaba del lugar. El sonido seco de los disparos rompió la rutina y desató el pánico entre quienes apenas alcanzaron a refugiarse detrás de los vehículos, sin entender lo que acababa de ocurrir.
El atacante actuó con una frialdad que heló a los testigos: se acercó sin prisas, disparó con precisión y ejecutó su plan sin titubeos. Luego, como si se tratara de un cambio de rutina cualquiera, modificó su apariencia y abandonó la escena caminando, perdiéndose entre la multitud y el tráfico, dejando atrás un cuerpo inmóvil y un silencio cargado de miedo.

Mientras las autoridades acordonaban la zona y los curiosos observaban a distancia, quedó claro que no se trató de un hecho fortuito. El mensaje fue directo, público y calculado, en un sitio donde nadie esperaba convertirse en espectador de una ejecución. La investigación avanza, pero el impacto del crimen dejó una certeza inquietante: ni los espacios concurridos ofrecen refugio cuando la violencia decide aparecer.
