La llamada marcha de la Generación Z estalló este sábado en México con una fuerza que pocos imaginaron: miles de jóvenes, adultos y hasta grupos ajenos al movimiento original tomaron las calles de decenas de ciudades para desatar una jornada que terminó convertida en un polvorín. Lo que empezó como un llamado virtual se transformó en una movilización masiva marcada por gritos de hartazgo, símbolos de anime ondeando por el país y un clima que rápidamente pasó de festivo a explosivo. La tensión alcanzó su punto máximo cuando, al llegar al Zócalo, un grupo encapuchado derribó vallas del Palacio Nacional, provocando el choque frontal con policías y el caos que se desató en minutos.

En la capital, el avance de más de 17 mil asistentes terminó entre empujones, golpes y objetos volando en todas direcciones, mientras los agentes denunciaban ataques con piedras, cadenas, palos y hasta coladeras. El resultado: un centenar de policías lesionados, decenas de detenidos y escenas que se replicaron en calles como 5 de Mayo y 16 de Septiembre, convertidas por momentos en un campo de batalla. Las autoridades señalaron “provocación” y “vandalismo”, mientras los manifestantes acusaban represión y exceso de fuerza, alimentando así la narrativa incendiaria que marcó la jornada.

Y mientras la Ciudad de México ardía, el país entero replicaba la estampida. Desde Monterrey, Puebla y Guadalajara hasta Sonora, Michoacán y Baja California, la Generación Z —acompañada por adultos mayores, colectivos de víctimas, campesinos y grupos religiosos— salió con sus propias exigencias, algunas dirigidas al gobierno federal y otras enfocadas en justicia local, desapariciones, inseguridad o el asesinato del alcalde de Uruapan, Carlos Manzo. Entre chantas, sombreros, banderas de One Piece y un evidente hartazgo generalizado, el movimiento demostró que ya no es un tema de jóvenes: es un grito nacional que, lejos de apagarse, parece encenderse con cada estado que se suma.

