El caos amaneció encendido en suelo fronterizo: los agricultores chihuahuenses tomaron por asalto el último cruce comercial que aún respiraba, el Ojinaga–Presidio, sellando así un cerco histórico que dejó a miles de transportistas, comerciantes y viajeros mirando al vacío. Como si se tratara de una escena de insurrección, tractores gigantescos fueron atravesados frente a la aduana del Puente Zaragoza, bloqueando todo intento de circulación y marcando un desafío abierto al Gobierno Federal.
En medio del cierre casi total, los manifestantes transformaron el bloqueo en ritual. A las diez en punto, llamaron a todos a una oración colectiva, convertida en una ceremonia simbólica para “cultivar hermandad”, aunque para muchos no fue más que un recordatorio del colapso que se vive desde el lunes. Mientras tanto, los transportistas varados —cansados, hambrientos y desesperados— se aferraron a la solidaridad de los agricultores, quienes compartieron comida como si se tratara de un campamento permanente en la frontera.

La tensión crece minuto a minuto. Los inconformes advierten que no retrocederán hasta frenar la nueva Ley General de Aguas y las reformas a la Ley de Aguas Nacionales. Y mientras las autoridades permanecen en silencio o responden con tibieza, el norte del país se paraliza al ritmo de protestas que ya cruzaron la línea entre manifestación y desafío directo al Estado.
