La polémica volvió a desbordarse en torno a la presa El Granero, cuya reciente apertura ha generado más ruido que beneficios reales. Mientras el discurso oficial intenta vender la medida como una acción estratégica, la realidad es que el volumen liberado resulta simbólico y prácticamente irrelevante frente a la deuda histórica de agua con Estados Unidos. El movimiento, lejos de aliviar tensiones internacionales, apenas roza el problema y deja al descubierto la fragilidad de la gestión hídrica en la región.
Detrás de la decisión se esconde una carrera contrarreloj en el campo. Productores agrícolas, golpeados una y otra vez por inundaciones, sequías y falta de planeación, dependen ahora de una extracción mínima para salvar sus cultivos de invierno. Sin embargo, el agua que corre por los canales parece insuficiente para revertir años de pérdidas, mientras los pequeños agricultores siguen cargando con el costo de un sistema que no logra protegerlos ni garantizarles estabilidad.

Con un embalse a menos de la mitad de su capacidad y una extracción que no compromete el almacenamiento, El Granero se convierte en el centro de una narrativa que promete mucho y entrega poco. La apertura intermitente de la presa deja más preguntas que certezas: ¿estrategia agrícola o simple simulación? Lo cierto es que, en medio de la sequía y la desigualdad en la distribución del agua, la medida vuelve a evidenciar que el problema de fondo sigue sin resolverse.
