La tarde que prometía emoción y apuestas en el Carril Santa Teresa terminó convertida en una verdadera pesadilla. En cuestión de segundos, las carreras de caballos fueron eclipsadas por una lluvia de balas que desató pánico, gritos y una estampida humana que buscaba salvar la vida como pudiera. Lo que al inicio se reportaba como un tiroteo aislado se transformó en una escena dantesca: once cuerpos quedaron tendidos entre gradas, pasillos y el propio carril, mientras múltiples heridos clamaban por ayuda en medio del caos.

Las autoridades llegaron tarde y desbordadas. Elementos municipales, ministeriales y federales se abrieron paso entre autos abandonados y gente huyendo, solo para encontrarse con un escenario que más tarde describieron como “devastador”. Restos, casquillos, sangre y silencio marcaron el panorama, mientras peritos levantaban cuerpos sin nombre y los rumores crecían sin control. La región entera quedó paralizada por el miedo ante una violencia que, una vez más, irrumpió sin piedad en un evento familiar.

Como si no fuera suficiente, al mismo tiempo comenzaron a surgir reportes de narco-bloqueos, enfrentamientos y más muertos en la carretera Parral–Jiménez y zonas cercanas, especialmente en Allende. La población vivió horas de terror sin una sola explicación oficial, solo un escueto comunicado del municipio alertando a la gente que se resguardara. El fin de semana quedó marcado por una ola de violencia que reveló, de la manera más brutal posible, que nadie está a salvo ni siquiera en un sábado de carreras.
